La documentación conocida -hasta el presente- permite afirmar que en 1277 ya existía en Gaibiel un templo cristiano [1]. Un edificio de modestas dimensiones (aproximadamente la mitad de ancho y largo que el actual). Era la antigua mezquita reconvertida, que tras la reconquista, comenzó a ser administrada como Vicaría de moriscos. El eremitorio de San Blas, que presenta traza propia de un gótico rural, rustico y sobrio, es edificación cristiana posiblemente elevada sobre restos ancestrales de los primeros asentamientos y culturas que por el lugar pasaron.
A mitad del S. XVI, el Obispo Gaspar Jofre de Borja[2] configura canónicamente el lugar como Rectoría de moriscos y la pone bajo el patrocinio del apóstol San Pedro Apóstol. Posteriormente el templo se erige canónicamente como parroquia en el año 1597, cuando el obispo Feliciano Figueroa remite la propuesta de creación de nuevas parroquias al monarca Felipe II, logrando para Gaibiel -entre otras poblaciones de la diócesis- la elevación de rango[3].
En la década de 1790 se realiza la construcción del nuevo templo, bajo el pontificado de Don Lorenzo G. de Ahedo (1784-1809) quien pone personalmente la primera piedra de la obra en 1792[4]. La fabrica del templo consistió en una ampliación considerablemente de su planta (con el anexo de las naves laterales y retranqueo del presbiterio) y una significativa elevación de la techumbre abovedada. La Iglesia fue construida en mampostería y sillería, con contrafuertes por encima de las capillas laterales. El estilo artistico del templo es propio de un barroco académico.
El templo -en el exterior- sólo queda exento en la fachada, el resto queda encajado entre edificios en el lado de la epistola, el abside y en parte del lado del evangelio.
En la ampliación se aprovechó para ornamentar con magnificencia el interior. El dorado de las metopas y triglifos que recorren bajo la cornisa todo el interior; y el de las molduras de las pilastras o la enmarcacion laureada de los tondos y lunetos. Las pinturas murales ubicadas en las puertas de acceso: bajocoro, sacristía y capilla penitencial; amén de las de la bóveda, son de notable calidad. Todas ellas del XVIII y obra de taller (lo que significa que aparecen sin firmar y que fueron pintadas por los ayudantes más aventajados de un renombrado artista) que, en este caso, parece ser Olier o Vergara.
Los diversos tondos, pechinas, lunetos y cartelas del templo representan motivos diversos. Los tondos, en la bóveda central y el crucero, exhiben distintas escenas de la vida y labor apostólica de San Pedro Apóstol, santo titular del templo. Pasajes sagrados como la visión de Jafa, la liberación milagrosa de la cárcel, la glorificación de Pedro, la entrega de las llaves y la entrega de limosna a un tullido (Este último fresco sufrió daños durante la Guerra Civil, lo que hizo que se perdiera más de la mitad del tondo). Las cartelas sobre las puertas representan: una, la Anunción; y la otra, un descanso en la huida a Egipto. Y las dos del presbiterio a San Pablo y San Pedro respectivamente (ésta, perdida). Y en el crucero, en las pechinas en que reposa la cúpula: alegorías de la Iglesia y de las tres virtudes teologales. Completando el conjunto iconográfico, en el crucero, cuatro lunetos representaban las alegorías de las cuatro virtudes cardinales (que están ocultas, desde el s. XIX -en mal estado de conservación- bajo la simbología del sol y la luna).
Fuente: MI Plepla
A mitad del S. XVI, el Obispo Gaspar Jofre de Borja[2] configura canónicamente el lugar como Rectoría de moriscos y la pone bajo el patrocinio del apóstol San Pedro Apóstol. Posteriormente el templo se erige canónicamente como parroquia en el año 1597, cuando el obispo Feliciano Figueroa remite la propuesta de creación de nuevas parroquias al monarca Felipe II, logrando para Gaibiel -entre otras poblaciones de la diócesis- la elevación de rango[3].
En la década de 1790 se realiza la construcción del nuevo templo, bajo el pontificado de Don Lorenzo G. de Ahedo (1784-1809) quien pone personalmente la primera piedra de la obra en 1792[4]. La fabrica del templo consistió en una ampliación considerablemente de su planta (con el anexo de las naves laterales y retranqueo del presbiterio) y una significativa elevación de la techumbre abovedada. La Iglesia fue construida en mampostería y sillería, con contrafuertes por encima de las capillas laterales. El estilo artistico del templo es propio de un barroco académico.
El templo -en el exterior- sólo queda exento en la fachada, el resto queda encajado entre edificios en el lado de la epistola, el abside y en parte del lado del evangelio.
En la ampliación se aprovechó para ornamentar con magnificencia el interior. El dorado de las metopas y triglifos que recorren bajo la cornisa todo el interior; y el de las molduras de las pilastras o la enmarcacion laureada de los tondos y lunetos. Las pinturas murales ubicadas en las puertas de acceso: bajocoro, sacristía y capilla penitencial; amén de las de la bóveda, son de notable calidad. Todas ellas del XVIII y obra de taller (lo que significa que aparecen sin firmar y que fueron pintadas por los ayudantes más aventajados de un renombrado artista) que, en este caso, parece ser Olier o Vergara.
Los diversos tondos, pechinas, lunetos y cartelas del templo representan motivos diversos. Los tondos, en la bóveda central y el crucero, exhiben distintas escenas de la vida y labor apostólica de San Pedro Apóstol, santo titular del templo. Pasajes sagrados como la visión de Jafa, la liberación milagrosa de la cárcel, la glorificación de Pedro, la entrega de las llaves y la entrega de limosna a un tullido (Este último fresco sufrió daños durante la Guerra Civil, lo que hizo que se perdiera más de la mitad del tondo). Las cartelas sobre las puertas representan: una, la Anunción; y la otra, un descanso en la huida a Egipto. Y las dos del presbiterio a San Pablo y San Pedro respectivamente (ésta, perdida). Y en el crucero, en las pechinas en que reposa la cúpula: alegorías de la Iglesia y de las tres virtudes teologales. Completando el conjunto iconográfico, en el crucero, cuatro lunetos representaban las alegorías de las cuatro virtudes cardinales (que están ocultas, desde el s. XIX -en mal estado de conservación- bajo la simbología del sol y la luna).
Fuente: MI Plepla
Foto: Las Provincias de Castellón/Plasencia
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